Nos pidió un cigarro. La chica que estaba a mi lado se ofreció a darle.
Se sentó con nosotros en la plaza y nos agradeció. Mientras hablaba me fije en ella, era morena, demasiado para ser de aquí – marroquí- pensé.
Tendría unos cuarenta años, aunque aparentaba cincuenta como poco, pelo negro y labios rojos. Su falda muy corta y su escote muy bajo, seguramente estaba trabajando como prostituta. Tenía una mirada vacía, no pude ver a través de ella.
Su voz era rasposa y su descoordinación léxica sumada con el olor a alcohol, nos dejo claro que no estaba sobria. Al principio no decía mas que tonterías, pero al cabo de unos minutos habló mas seriamente.
Yo estaba cocinando- decía, y el llegó a casa . . . (hizo una larga pausa)
¿Comida? Esto no es comida…. – dijo su esposo tirando el plato, nos contó como se cubría la cara, que estaba asustada, no era la primera vez que aquello pasaba, pero esta vez casi la mata, los golpes dolían demasiado, mas que las otras veces,decía. Tenia miedo, pero aun así le denunció... ella tenia problemas de alcohol y el un buen trabajo, como era de esperar, él se quedó con la casa y con los niños. Nos contó tanto, quiza demasiado, mas de lo que podíamos soportar, pero atentos, todos la escuchamos y cuando se fué nos quedamos un rato en silencio.
Mas tarde, me di cuenta, de que el mayor pecado de aquella mujer, había sido tener una botella de amante, simple pero duro, tanto como la vida en la calle nº 8.